Tabaco y don


¿Así que el gobierno de Alan García se empeña en erradicar el tabaco mientras el aire corrompido de los petroaudios se esparce? Muy gracioso.

Las tropas del fascismo hospitalario avanzan en todos los frentes. Tomaron los lugares públicos y ahora apetecen los privados.

Su meta es el baño, el Iwo Jima de la intimidad. ¿Qué las hace tan poderosas? Su cuartel general está en la OMS y su estado mayor opera en Bruselas.

No es que estén contra el tabaco por razones altruistas. El problema es el dinero.

Y es que la nicotinofilia eleva los costos de las seguridades sociales. Así de simple.

Porque si fuera por un asunto de amor al prójimo hace rato que habrían emprendido la madre de todas las batallas en contra del alcohol.

Y es al revés: al alcohol lo auspician, lo apapachan y se lo beben en las cuchipandas fotografiadas en las páginas sociales y en los garitos sombríos donde nacen los crímenes que luego salen en las páginas de 50 céntimos.

Es que el alcohol es una multimillonaria fuente de ingresos para todos los fiscos. Y el alcoholismo es el vicio secreto de la mitad de las burocracias mundiales.

Fumar es, a la larga, nocivo para la salud. Pero, a la larga, vivir es nocivo para la salud. Respirar el aire podrido por las fábricas y los automóviles, es, a la larga, letal. Caminar a las once de la noche por una calle poco iluminada de Washington, Lima, o Milán puede ser, a la larga, tan nocivo para la salud como la presta mano de Jack, el eviscerador.

A la larga, todo es nocivo para la salud: la buena vida por el colesterol que atorará tus arterias hasta que olvides tu nombre; la mala vida por los déficits proteicos y la baja inmunidad.

Aun si pienso en mi queridísima Chachi Sanseviero, no puedo evitar preguntarme: ¿Qué es más nocivo? ¿Un “Gitane” o un discurso idiota del presidente de la República? ¿Una calada o un fujimorista esparciendo la plaga de la amnesia por toda la ciudad para que los pobres diablos voten por Keiko?

A la larga, de modo inexorable, te secarás. Todas las desmesuras –es decir, todos los placeres- te pasarán, con mano esquelética, su factura.

Y si fuiste un santo del término medio, un Papa de la moderación, te secarás también. Y los placeres que no te diste te pasarán cruelmente la lista de tus abstenciones. Te secarás amargamente.

Todos nos morimos por mano propia. Todos construimos el mausoleo que nos acogerá. Unos haciendo estallar una vena decisiva en una transacción millonaria. Otros en la lasitud de la penuria. Unos con la rabia del cazador. Otros con la melancolía como sombra.

Y si todos, a la larga, nos morimos en el planeta agonizante que hemos permitido, los suicidas, entonces, son nada más que una impaciencia y hasta una redundancia.

¿Por qué Bruselas nos persigue? ¿Por qué la sucursal limeña de la OMS clama al cielo asmático para que dejemos de matarnos? Por dinero.

¿Triunfará esta GESTAPO de neumólogos y oncólogos y cocainómanos?

Probablemente. La hipocresía de Washington y Bruselas consiste en llamar mortal al tabaco y rescate democrático a las bombas sobre Irak. A propósito: el gran triunfo de la OMS en tierras mesopotámicas es que ahora, gracias a la metralla educadora de los norteamericanos, hay cientos de miles potenciales fumadores menos en Irak (incluyendo niñas y niños que podrían haber aprendido el vicio si se les hubiese permitido vivir).

Cuando la GESTAPO antitabáquica triunfe, pasaremos a la clandestinidad.

Todas las noches, en hangares vacíos, cruzando charcos de mercurio minero, tosiendo por la lluvia ácida más que por el tabaco, los fumadores de puros encenderemos un Cohíba robusto esperando que ninguna sirena policial nos haga salir despavoridos.

Porque, al fin de cuentas, fumar es un asunto de soberanía personal. Y que no me jodan con discursos de filibusteros preocupados por mis pleuras.

Este humo habanero que me place y que terminará matándome, esta categoría de ceniza, esta nube portátil de ácido prúsico, esta andanada contra mis pulmones, este enrollado de hojas asesinas, este modo lento de incendiarme por dentro, este hollín con que forro el celofán de mis arterias, esta lluvia de brea que cae sobre mis bronquios, este hueco que cavo dulcemente, cada noche, que agrando lentamente cada día, esta perforación a quemarropa, este forado de pólvora y hastío, todo esto es, sin embargo, diez veces preferibles, desde mi perspectiva de impaciente (de no-paciente, vamos), que morir de vejez, que agusanarme en vida, que adquirir ese semblante de los viejos: la mandíbula al aire, la nariz puntiaguda y los gestos que parecen estar huyendo, huyendo en ese instante de esa cara que en cualquier momento dejará de moverse (como si los gestos presintieran que de no huir podrían quedar atrapados en esa gravedad de estrella muerta).

Una buena bocanada de Montecristo, por favor.

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