Guerra de 100 años: "The Economist" desmenuza la lucha entre israelíes y palestinos

El prestigioso semanario británico dedica su editorial principal al análisis del origen del enfrentamiento, cuyos últimos episodios conmueven al mundo, y de los factores que impiden que se logre la paz.

Los antecedentes y las expectativas sobre el conflicto entre los árabes e Israel:

La guerra de los cien años

Cada vez parece más difícil tranquilizar al Medio Oriente. En su editorial principal, el prestigioso semanario británico desmenuza cómo un creciente rechazo a alcanzar compromiso, el auge de la religión, una nueva doctrina militar y una nueva guerra fría impiden que se logre la paz.

Con suerte, la destructiva batalla entre Israel y Hamas tal vez termine pronto. ¿Pero cuántas veces en la guerra de un siglo entre árabes y judíos en Palestina ocurrió lo mismo? Es difícil creer que suceda pronto. Considere: la operación actual de Israel, "Plomo Fundido", es la cuarta vez que Israel entra por la fuerza a Gaza. Casi la capturó en 1948, en lo que los israelíes conocen como su guerra de independencia. Capturó Gaza nuevamente en 1956, como parte de un plan secreto que tramó con Gran Bretaña y Francia para derribar a Gamal Abdel Nasser, Presidente de Egipto, y restituir el control británico del Canal de Suez. La invadió durante la guerra de los seis días en 1967; y se quedó 38 años, hasta el retiro unilateral hace 3 años y medio.

Por qué combaten

Y Gaza, recuerde, es sólo un ítem en un catálogo de miseria, cuyo contenido está inscrito con lágrimas. Los judíos y los árabes de Palestina han estado combatiendo de tiempo en tiempo por 100 años. En 1909 los idealistas socialistas principalmente rusos del movimiento sionista formaron un grupo armado, Hashomer, para proteger sus nuevas granjas y aldeas en Palestina de los merodeadores árabes. Desde entonces ha habido una hilera espantosa de guerras -1948, 1956, 1967, 1973, 1982, 2006 y ahora 2009-, cada una cauterizada a sangre y fuego en los recuerdos incompatibles de ambas partes. Los intervalos no se han llenado con paz sino con bombas, ataques por sorpresa, levantamientos y atrocidades. Los israelíes en Hebrón todavía citan la masacre de los judíos de Hebrón en 1929. Los árabes de Palestina todavía recuerdan su desesperada revuelta de los años 30 contra el mandato británico y la inmigración judía desde Europa, y las masacres de 1948.

La reciente matanza en Gaza, en la que en un día cerca de 40 civiles, muchos niños, fueron muertos por proyectiles de mortero israelíes, agregará veneno fresco al pozo de odio. Pero un conflicto que ha durado 100 años no es susceptible de soluciones o juicios fáciles. Aquellos que prefieren reducirlo al "terrorismo" de un lado o al "colonialismo" del otro sólo están sacando a relucir sus propios prejuicios. En el fondo, ésta es una lucha de dos pueblos por el mismo pedazo de tierra. No es el tipo de disputa en el que los enemigos se empujan de un lado a otro sobre una línea hasta que se agotan. Es mucho menos manejable que eso, porque también se trata de la afirmación periódica de cada lado que el otro no es un pueblo; al menos no un pueblo que merezca la condición de Estado soberano en el Medio Oriente.

Esa es una razón de por qué este conflicto continúa en forma despiadada de una década a otra. Durante las erupciones de violencia, el mantra de los diplomáticos y editorialistas es la necesidad de una solución de dos estados. Suena muy simple: si dos pueblos no pueden compartir la tierra, tienen que dividirla. Esto parecía obvio a algunos extranjeros incluso antes que el genocidio nazi de judíos en Europa impulsara a Naciones Unidas en 1947 a pedir la creación de los estados judío y árabe separados en Palestina.

El hecho de que los árabes rechazaran el plan de partición de la ONU de hace 60 años ha dado un largo alivio ideológico a Israel y sus partidarios.

La historia de Israel es que los palestinos han estropeado unas cuatro oportunidades de tener un Estado. Podrían haber aceptado la división en 1947, o haber alcanzado la paz tras la guerra de 1947-48. Tuvieron otra oportunidad después que Israel desarraigó a sus vecinos en 1967. O en 2000, cuando Ehud Barak, ahora ministro de Defensa y en ese entonces Premier, les ofreció un Estado en Camp David.

Esta historia de aceptación israelí y rechazo árabe no es sólo conveniente para los partidarios de Israel. No fue sino hasta 1988, 40 años después del nacimiento de Israel, cuando la OLP de Yasser Arafat renunció a su objetivo de liberar a toda Palestina, desde el río hasta el mar. Asimismo, la verdad es mucho más matizada que lo que permite el relato israelí. Ha habido oportunidades que se han perdido, y largos períodos de rechazo por parte de Israel también.

Observe de nuevo esas oportunidades perdidas. En la época de la resolución de partición de la ONU, los judíos de Palestina ascendían sólo a 600 mil y los árabes más que los duplicaban. Una mayoría de judíos era inmigrante. Aunque la división podría haber sido la alternativa más sensata para los palestinos, no les pareció ni remotamente justa. En la guerra posterior, más de 600 mil árabes de Palestina huyeron o se vieron obligados a hacerlo. Después, renuente a que volvieran o a devolver los terrenos adicionales que había ganado en batalla, Israel se sintió aliviado de que los estados árabes, traumatizados por el desarraigo, no hicieran ningún ofrecimiento serio de paz.

Cuando Israel se enamoró

Después de la derrota de 1967, los estados árabes de nuevo rechazaron la idea de paz. Esa fue una oportunidad que se derrochó. Pero aun cuando el Israel de 1967 discutiera cuánto de Cisjordania estaba listo para negociarse por paz, los gobiernos del Likud de fines de los 70 y 80 lo querían todo. Porque Israel se enamoró de los territorios que había ocupado.

Éste fue el período del rechazo israelí. Menachem Begin y Yitzhak Shamir reafirmaron un derecho dado por Dios a un "Israel más grande" que incluía Cisjordania y la Franja de Gaza, en donde los gobiernos de todas las tendencias seguían instalando asentamientos (ilegales). Para algunos israelíes, los palestinos llegaron a ser un no pueblo, que se podía embaucar con la autonomía bajo la supervisión israelí o quizás jordana. Se necesitó una explosión de resistencia palestina, la Intifada (levantamiento) de fines de los 80 y esa más letal de 2001-03, para convencer a Israel de que era una ilusión.

¿Qué relación tiene toda esta historia con los desafortunados hechos actuales de Gaza? El punto es que ha habido pocos momentos preciosos durante el último siglo durante el cual ambas partes hayan adoptado la idea de dos estados al mismo tiempo. El momento más prometedor de todos se produjo a principios de esta década, con la reunión de Bill Clinton en Camp David. Pero ahora, con el surgimiento de Hamas y la guerra en Gaza, el breve período de esperanza relativa está en peligro.

Si el rechazo de las reclamaciones nacionales de la otra parte es una de las cosas que hacen difícil que este conflicto termine, el otro es la religión. Los dos van juntos. Hamas es un movimiento religioso, y su doctrina formal es rechazar la posibilidad de un Estado judío no solamente debido a los supuestos pecados de Israel sino también porque no hay lugar para un Estado judío en una tierra musulmana.

En los primeros años de vida de Israel, el sionismo era un movimiento principalmente secular y la fuerza predominante en el otro lado era un nacionalismo árabe secular. No obstante, desde 1967, la religión, el nacionalismo y el anhelo por tierras de los palestinos se han fusionado para crear un poderoso grupo electoral en Israel dedicado a retener el control de todo Jerusalén y los lugares sagrados del judaísmo en Cisjordania. El sistema de votación proporcional de Israel ha dado a los colonos y fanáticos un dominio absoluto sobre la política. Entre los árabes, el nacionalismo secular está disminuyendo mientras hay un poderoso renacimiento islámico. Y un dogma central de los islamistas es que Israel es un implante al que hay que resistir violentamente y destruir.

Un sionista previsor, Vladimir Jabotinsky, predijo en la década de 1930 no sólo que los árabes se opondrían a la inundación de Palestina con inmigrantes judíos, sino también que "si nosotros fuéramos árabes, no lo aceptaríamos". Con el fin de sobrevivir, los judíos tendrían que construir un "muro de hierro" de poderío militar hasta que los árabes aceptaran la permanencia de su Estado. Y esto sucedió. Sólo después de varias guerras costosas, Egipto y más tarde la OLP concluyeron que, puesto que era imposible derrotar a Israel, sería mejor que llegaran a un acuerdo. En Beirut, en 2002, todos los estados árabes ofrecieron a Israel relaciones normales a cambio de su retiro de todos los territorios ocupados, una apertura a la que Israel no prestó atención.

Victoria de Hamas

Lo deprimente sobre el surgimiento de Hamas y la decadencia del ala de Al Fatah de la OLP es que invierte esta tendencia de décadas. La victoria de Hamas en las elecciones de 2006 tuvo muchas causas, entre éstas su reputación de honestidad. Su victoria no probaba que los palestinos hubieran sido hechizados por la militancia islamista o que hubieran llegado a creer de nuevo en la liberación de toda Palestina por la fuerza. Pero si se toma en serio lo que dice Hamas en su carta, el grupo mismo sí cree en esto. Algunos analistas se animan ante el ofrecimiento de Hamas de una tregua de 30 años si Israel regresa a sus límites de 1967. Pero nunca ha ofrecido un reconocimiento permanente.

Hay algo peor. Además de la vuelta al rechazo y el rol cada vez mayor de la religión, un tercer y nuevo obstáculo para la paz es el manifiesto desmoronamiento del muro de hierro de Jabotinsky. En Líbano hace tres años, y hoy en Gaza, Hezbollá y Hamas parecen haber inventado una nueva doctrina militar. Israel ha disuadido a sus enemigos con un ejército poderosamente convencional, que reacciona con mucha fuerza a cualquier provocación. Pero los actores del no Estado son más difíciles de disuadir. Hezbollá y Hamas, armados por Irán con algunas armas modernas, pueden esconderse en los pueblos y aldeas de su propia gente mientras lanzan cohetes a Israel. Un Estado que anhela una apariencia de normalidad entre sus guerras no puede permitir que tales ataques se conviertan en una rutina. Esa es la razón de por qué actualmente, como en la década de 1950, Israel responde a los alfilerazos con ataques punitivos, cada uno de los cuales tenía el potencial de desembocar en una guerra. La operación de Israel en Gaza tiene el propósito no sólo de detener los cohetes de Hamas, sino reforzar una doctrina en la cual Israel cree que aún debe estar basada su seguridad.

En Camp David, en 2000, Israel y los palestinos descubrieron que incluso con buena voluntad es difícil estar de acuerdo en los términos. ¿Cómo compartir Jerusalén? ¿Qué ofrecer a los refugiados que nunca van a volver a casa? ¿Cómo puede Israel estar seguro de que las tierras que desocupe no se utilicen, como en Gaza, como una cabeza de puente para nuevas luchas? Pero -y ésta es la cuarta cosa que mantiene la lucha viva- a ambas partes rara vez se las deja solas para que aborden estos temas.

Durante demasiado tiempo el conflicto en Palestina fue rehén de la Guerra Fría. Estados Unidos fue una vez neutral: fue Eisenhower quien obligó a Israel a que saliera de Gaza (y a Gran Bretaña de Egipto) después de Suez. Pero Estados Unidos más tarde reclutó a Israel como un aliado y esto convino bien a los israelíes. Les dio el respaldo de una superpotencia mientras que los relevaba de un deber de resolver la disputa con los palestinos, aun cuando su propio bienestar a largo plazo tenga que depender seguramente de la resolución de ese conflicto.

Tal vez no sea coincidencia que parte de las acciones de paz más prometedoras entre Israel y los palestinos tuvieran lugar poco después del término de la Guerra Fría. Pero ahora se acerca cautelosamente un nuevo tipo de enfrentamiento geopolítico en la región, uno que pone a Estados Unidos contra Irán, y a los movimientos islamistas que Irán apoya contra los regímenes árabes en el campo de Estados Unidos. Con Hamas dentro del círculo de Irán y Al Fatah del de Estados Unidos, los palestinos ahora están enfrentando un cisma paralizante.

Y después Gaza

Tzipi Livni, ministra de Relaciones Exteriores israelí, ha estado diciendo que, aunque el objetivo inmediato de Israel es detener el disparo de cohetes y no derribar a Hamas, no puede haber paz, como tampoco una Palestina libre, mientras Hamas continúe estando al mando. Ella tiene razón que con Hamas en el poder en Gaza los islamistas pueden seguir destruyendo cualquier acuerdo que Israel negocie con Mahmoud Abbas, Presidente de la Autoridad Palestina dominada por Al Fatah en Cisjordania. Abbas, junto con el Presidente egipcio, Hosni Mubarak, tal vez disfruten silenciosamente ver cómo le bajan los humos a Hamas. Egipto está furioso con el reciente rechazo de Hamas de renovar las conversaciones con Al Fatah sobre restaurar un gobierno de unidad palestino.

No obstante, hay un límite. El bajarle los humos a Hamas es una cosa. Pero incluso en el caso de que Israel "gane" en Gaza, 100 años de guerra indican que los palestinos no pueden ser silenciados a través de la fuerza bruta. Hamas sobrevivirá, y con éste esa característica en la mentalidad árabe que dice que un Estado judío no pertenece al Medio Oriente. Para combatir ese punto de vista, Israel tiene que demostrar no sólo que es demasiado fuerte para que lo destruyan, sino también que está dispuesto a ceder tierras -Cisjordania, no sólo Gaza- donde debe estar el Estado palestino prometido. A menos que empiece a hacer eso en forma convincente, como mínimo congelando los nuevos asentamientos, son los fanáticos de Palestina quienes florecerán, y sus encargados de negociar la paz quedarán sumidos en el silencio. Todos los amigos de Israel, entre éstos Barack Obama, deberían estarle diciendo esto.





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